Clase online GRATUITA de acceso INMEDIATO

8 PASOS PARA COMER SIN ANSIEDAD

Pues sí, así me siento.
Me hizo gracia cuando una de mis compañeras de OA me dijo «Ahora te sentirás como en una nube rosa». Pero es cierto.

Supongo que es como el enamoramiento inicial de la pareja. Y es que, así me siento yo, enamorada de mí misma y de la vida. ¡Subidón, espiral de positividad, magia!

La vida sigue, pero no siempre es verdad

Acabo de subir un cartel a Facebook: «La vida sigue -dicen-, pero no siempre es verdad. A veces la vida no sigue. A veces sólo pasan los días». Y la acompaño con un comentario mío que dice: «Últimamente mi vida sigue. Porque, durante un tiempo, solo pasaban los días. Qué horrible sensación, por cierto…».

Almu interpreta que me siento mal, ¡pero nada más lejos! Mal estuve el último año. Jamás creí que pudiese tocar fondo de esa manera. Yo, que siempre he sido mujer de mucho empuje, optimista y vitalista por naturaleza, llegué a pensar en la muerte como un alivio. «Lamento el panorama que dejaría, pero al menos descansaría».

Yo, que jamás entendí a los suicidas ni a los depresivos, que me parecían cobardes los unos y flojos los otros. Me sentía tan desbordada, tan al límite, que sólo quería descansar. Y pensaba en la muerte y me inundaba una sensación de paz…

El trabajo en mí misma da sus frutos

Todo ese año llevo trabajando en mí misma y sobre mi entorno. Difícil, ¿eh?

Y es ahora, catapultada por mi grupo de apoyo presencial, cuando todo está cambiando. Esta magia que disfruto ahora, lleva mucho, pero que mucho trabajo detrás. Nadie me ha regalado nada.

Del verano a ahora, todo ha sido soltar lastre y avanzo tan rápido que, a veces, siento vértigo. No me puedo creer que mi vida sea ahora así. ¿Qué me llevó a creer que no tenía derecho a esto?

Cambiamos nosotras, no el entorno

Soledad me decía en Facebook que ella también quiere progresar, pero el entorno la supera. Ese pensamiento es un freno en nuestra evolución. Seremos lo que queramos ser y estaremos donde queramos estar. Así de fácil. No es el entorno lo que cambia, somos NOSOTRAS quienes debemos cambiar.

Eso es algo que me sorprende. Analizo mi vida desde mi bienestar actual y soy consciente de que mis circunstancias no han cambiado tanto respecto al año pasado. Soy YO quien ha cambiado, porque un día me decidí a tomar las riendas de mi vida y ser feliz.
Y, una vez que tú te vas ubicando (y aquí llega la magia), es cuando toda tu vida se reordena, encajando como las piezas de un puzle.

Cuando estás mal, pero aún no lo sabes

Recuerdo cuando mi oculista me mandó «las gafas de los 40» para vista cansada que yo estaba segura de no necesitar. «¿Gafas?? Yo no necesito gafas, sólo tengo que alejar un poco la letra pequeña para verla mejor. Eso es todo».

Todavía recuerdo la sensación del día que fui a la óptica y me pidieron que me las probase para ajustármelas. Me las puse con indiferencia, pero al mirar a través de los cristales,  exclamé: «Ualaaaaaa». De repente veía todo con una nitidez increíble, los colores eran más vivos, los volúmenes cobraban intensidad… «¡Pero si parece que veo en 3D!» El óptico se rió.

Yo no era consciente de que necesitaba aquellas gafas. Tuve que ponérmelas para darme cuenta de lo mal que veía antes. Del mismo modo, ahora que empiezo a estar bien, me doy cuenta del infierno que he pasado. De la mierda en la que he vivido en este último año. De cómo seguí respirando porque el oxígeno entra solo a los pulmones, ya que si precisase de un esfuerzo consciente y voluntario, yo hubiese dejado de respirar antes de llegar al verano.

Por eso, me hace tan feliz mi «vie en rose» de ahora. Porque no siempre fue así. Porque vuelvo la vista atrás y me reconozco a mí misma el mérito de haber salido de ahí. Y me siento orgullosa. Por eso me felicito. Y me quiero. Por eso no pienso bajar de mi nube rosa.

Y ¿cuál es el truco?

Todo esto no sería más que demagogia si no os explicase cómo lo he conseguido. Si tuviese que simplificarlo en una sola regla, esta sería el Principio 10/90 de Stephen Covey que ya os expliqué aquí.

Fui consciente de que asumía cargas que no me correspondían, y las devolví a quienes pertenecen. Y de que cargaba con consecuencias de actos que no eran míos, y también he dejado de hacerlo.

Os pongo un ejemplo práctico de esta misma semana y de lo más simple: El día que mis hijos van a dormir a casa de su padre entre semana, deben irse con chandal porque al día siguiente tienen educación física, aunque ese día no les toque.

Cuando bajábamos en el ascensor para llevarlos al colegio por la mañana, me dí cuenta de que mi hijo iba con vaqueros. Le recordé que debería haberse puesto el chandal y me dijo que tenía razón. «Ok -le dije-, mañana le explicas a tu profesor de educación física por qué vas en tejanos a su clase. Tú lo has hecho mal, tú asumes la responsabilidad» Y seguimos camino sin alterarme.

Esta misma situación, hace unos meses, hubiese transcurrido de forma totalmente diferente. Yo hubiese montado en cólera al ver que iba en vaqueros. Hubiésemos vuelto a subir a casa para que se cambiase, mientras le gritaba sin parar. Yo hubiese llegado tarde a mi trabajo y hubiese estado nerviosa todo el día, por el enfrentamiento con él, por la desesperación de tener que estar siempre encima de todo y de todos, por llegar tarde a mi trabajo…

A mí, empezar así la mañana, me hace llevar mal todo el día. Mientras que él, que era quien debía «pagar» las consecuencias, hubiese llegado a tiempo al colegio y se presentaría en clase de educación física con su chandal como si nada hubiese pasado. ¡Estaba invirtiendo el pagador de las consecuencias!

comedor-compulsivo-bulimia-trastorno-atracon-ansiedad-comer-emocional

Recuperando el valor que merezco

También lo he conseguido devolviéndome el valor que merezco. Dije que no antepondría los caprichos de mis hijos a mis necesidades (aunque siga anteponiendo sus necesidades a las mías, como es normal). Y lo cumplo a rajatabla.

Hoy, por ejemplo, he salido muy acatarrada a trabajar. He pasado toda la mañana pensando que son fiestas y había quedado con amigas y sus hijos, que son amigos de mis niños, para ir juntos a ver un concierto. Yo sabía que estaría fatal a la noche, pero estaba dispuesta a ir por ellos porque les hacía mucha ilusión, aunque eso supusiera pasar yo un mal rato e, incluso, empeorar.

Hacia el final de la mañana y según me subía la fiebre, he decidido que su ocio no está por encima de mi salud. Y que es más importante cuidarme para sentirme bien, que su concierto. Y he anulado la cita. Os aseguro que hace unos meses los hubiese llevado con 40 de fiebre.

¿Por qué ahora no lo hago? Por cuidarme, sí, pero también porque cuando yo hago esos sobreesfuerzos por ellos, espero que luego ellos me lo compensen de otro modo (con buen comportamiento, etc). Y esa compensación nunca llega.

Y ya he entendido que ni siquiera tengo derecho a esperarla. No sólo con ellos. Con nadie. Pero este es un tema que tengo pendiente desde hace tiempo para un video. Y creo que con lo que he escrito hasta ahora ya os dejo material para quien quiera trabajar.
El cielo está lleno de nubes rosas. Si aún estás abajo, sólo tienes que elegir la tuya y subirte a ella. ¡Te espero! 🙂