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Ninguno de nosotros permanece ajeno a lo ocurrido estos días en Cataluña. Hasta los que no nos encasillamos en ninguna ideología política, nos vemos estos días zarandeados en las redes sociales sólo por expresar nuestra opinión.
No salgo de mi asombro cuando hoy hago una publicación en mi Facebook personal, totalmente neutral, en la que apelo al sentido común, a la paz y al entendimiento, y me responden dos personas de ideas opuestas entre sí, argumentándome cada uno para convencerme de que su posición es la correcta.
Esto ya no habla de independencia o permanencia, en gran medida es una lucha de egos o, dicho vulgarmente, “a ver quién la tiene más grande”. Unos y otros han actuado primero y han pensado después. Sí, quiero pensar que, al menos a posteriori, los hechos sucedidos merezcan una reflexión, de ambos bandos.
La frase “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla” que originariamente se atribuye a Cicerón y a muchas otras personas con posterioridad, cobra hoy más sentido que nunca. Porque no, no hemos aprendido nada.
De pequeña, mi madre me contaba cómo la guerra civil había enfrentado a hermanos y amigos y yo no daba crédito. Me parte el alma comprobar que no hemos evolucionado mucho, casi cien años más tarde. El crecimiento del ser humano deberíamos medirlo ante situaciones como esta, y no por la última tecnología que llevamos en el bolsillo.
Yo, que soy mujer divorciada e hija de padres divorciados, no puedo evitar asociar la independencia de Cataluña con un proceso de divorcio. Conozco muchas personas divorciadas y, para mí, hay dos grandes grupos: las que asumen que una pareja son dos y que ambos tuvieron parte de culpa en la crisis, gestionan la situación y pasan página, y los que culpan de todo al otro cónyuge. Generalmente, estos últimos, siguen guardando rencor aunque hayan pasado muchos años.
Hace un tiempo tuve la suerte de realizar una formación de Negociación y mediación en conflictos con mi admirada Pilar Bernadó. Si hay una frase que resuma aquel aprendizaje, es, sin duda: “No se puede negociar desde la emoción”.
No se puede negociar desde la emoción
Justamente por eso, cuando las partes son incapaces de ver sus propios errores, y se ven atrapados en un bucle que les impide ver la auténtica realidad, y no la que filtran sus creencias, es necesaria la actuación de un mediador imparcial.
Necesitamos de un ejercicio de empatía sin precedentes, dejar de criticar al otro y empezar a pensar qué podemos hacer para resolver esto del mejor modo posible. Y, sobre todo, para que no se repita ni vaya a más. No hace falta estudiar Derecho para saber que vale más un mal acuerdo que un buen pleito, pero para eso hay que dejar de gritar nuestra verdad y estar dispuesto a escuchar la otra.
Yo no entiendo de política, he vivido el gobierno de distintos grupos políticos y, siendo honesta, ninguno lo hizo mejor que otro. Yo no sé qué medidas se pueden aplicar, pero elegimos y pagamos a representantes políticos, precisamente para no tener que llegar a esto. Y opino que alguien no está haciendo su trabajo.
Formo parte de un grupo de profesionales del desarrollo personal que trabajamos para que las personas sean más felices y para construir un mundo mejor y, como tal, me duele ver injusticias y gente sufriendo (da igual la bandera que porten), y como española no quiero ver a mi pueblo enfrentado.
Hace unos días hice una publicación en Facebook e Instagram expresando mi cariño hacia Cataluña y su gente. La publicación fue muy agradecida y compartida, desde todos puntos de España.
Se está creando una espiral de odio que sólo hay una forma de combatirla. Ojalá nuestro amor sea más grande que nuestro ego, ojalá las personas prevalezcan sobre las creencias, ojalá sepamos demostrar que no estamos igual que en 1936.
Ojalá sepamos demostrar que no estamos igual que en 1936
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