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8 PASOS PARA COMER SIN ANSIEDAD

 
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Llevo días fatal anímicamente. Mucho más de lo que podáis creer. No doy a entender mi estado real por dos razones. La primera es que hay muchas que me decís que sentís tal empatía conmigo que verme baja de moral afecta a vuestro estado anímico. Y eso me crea una gran responsabilidad.
Por otra parte, estoy harta de la gente que siempre dice «Tú puedes con eso y con más» porque estoy hasta el moño de poder con todo y no, no puedo más. Hace poco bloquée en wasap a mi ex, Fran, precisamente por decirme eso, porque alguien que ha compartido seis meses de mi vida y me ha visto en plena compulsión, debería saber que es lo último que un comedor compulsivo necesita escuchar. Y a ti, Fran, te dedico esta entrada, para veas que no, no puedo más.
Alguna vez os he contado que hace dos años aproximadamente tuve una crisis tremenda, sobre todo con los niños, y acabé por acudir al psiquiatra. Fue un intento a la desesperada y al final no tomé más de dos meses la medicación.
Los últimos meses han sido devastadores. El agobio comenzó en navidad, con el paso a jornada completa en la empresa, rutas interminables, varios clientes, mucha información a manejar al mismo tiempo… a mí me satura. Y muchas horas reales de trabajo. A eso, no ha dejado de sumarse los problemas en casa con unos niños «diferentes» que con su casuística especial necesitan de una triple dosis de paciencia que yo ya no tengo ni en la punta de los pies.
Todos pudisteis ver como bajé mis 14 kilos con la dieta protéica, manteniendo a raya la compulsión desde enero hasta mayo. Me sentía genial. Me veía bien físicamente y, mejor aún, tenía la compulsión bajo control. Creo que nunca me había sentido tan bien.
Pero la presión en el trabajo aumentó vertiginosamente, al mismo tiempo que los niños empezaban a ir solo por las mañanas al colegio. Yo iba sumando la presión laboral + la presión por dejarlos solos en casa mientras trabajaba + la presión del panorama que me encontraba cada tarde en casa al volver del trabajo.
Una espera que, estos niños «distintos» maduren con el tiempo y asuman responsabilidades y lleguen a parecerse a sus coetáneos. Y la desilusión llega cuando ves que eso nunca sucede. Y es realmente desgastante pasar todo el día haciendo un trabajo que no te gusta y estar deseando llegar a casa para descansar y, según cruzas la puerta de casa, pensar «Dios mío, qué hago, me doy la vuelta?» porque sabes que te enfrentas a un medio tan hostil como el laboral.
Y en este punto ya me van a ir perdonando todas esas supermadres que tienen hijos supermodélicos y que no se despeinan ni jugando al fútbol y que siempre cargan con comentarios diciendo que soy una exagerada y que debería pedir ayuda. Acaso alguna de vosotras sabe a cuantas puertas he llamado pidiendo ayuda en estos años?? No tenéis ni idea! Ni idea! Así que, la que quiera juzgarme, que camine antes con mis zapatos.
Bien, en aquel duro momento hace dos años, una de las alertas que me hizo darme cuenta de que el problema se me iba de las manos, fue pensar en la muerte como algo liberador «Al menos así descansaría, pensaba», aunque jamás valoré la posibilidad del suicidio realmente.
Desde primeros de junio, momento en que los niños empezaron a ir al colegio sólo por las mañanas, mi angustia se disparó, y también mi compulsión. En algunas fotos os he dicho que estaba muy compulsiva y no podía controlarlo. En las cinco semanas que llevan los niños en casa, he engordado siete kilos. A esa velocidad subimos de peso los comedores compulsivos. Y sigo sin poder controlarlo, a día de hoy. Esta noche se han ido con su padre durante quince días y espero que sea mi oportunidad para remontar. Yo no digo que sean malos, ni sean los culpables de mi compulsión, pero sí que provocan, involuntariamente, mi descontrol alimenticio, del mismo modo que volatilizan mi estabilidad emocional.
Llevo semanas que hago los traslados de mi trabajo llorando entre tienda y tienda en el coche. Y también se da a menudo que, en esos parkings que me veis comer mi tentempié, debo quedarme quince o veinte minutos sin poder bajar del coche porque no puedo parar de llorar. Es por eso que me decidí a pedir cita de nuevo en el psiquiatra y me citaron para finales de agosto.
Como la situación es cada vez peor, esta mañana he hecho un viaje de 80 kms por trabajo y he conducido toda la autopista llorando a moco tendido. Al llegar allí, he hecho mi trabajo y he llamado a pedir cita para mañana a mi médico de cabecera para ver si me adelantaba la receta de antidepresivos porque no puedo esperar a finales de agosto. Y he vuelto llorando otra vez. Pero esta vez, por el camino, ha sido diferente. He vuelto a pensar en la muerte como alivio, pero de una forma mucho más próxima. Pensaba «Quizá tomando una sobredosis de las pastillas que me receten mañana podría… sería cuestión de buscar en google cuanta dosis hace falta. Porque no, saltar de una ventana no lo veo. Y el volantazo? me paso el día conduciendo, ahora estoy en autovía, acelero todo lo que pueda y doy un golpe de brazo… y ya está… debería escribirle una carta a mi hermana Lulú antes…»
Es decir, no ha habido un intento real, pero ha habido un cálculo y premeditación que me ha disparado todas las alarmas.
He llegado a Zaragoza llorando mucho más de lo habitual. Ya he visto que no iba a ser capaz de hacer ni una sola visita en ese estado. Me faltaba el aire, sentía como un puño en el esófago y me temblaban piernas y manos. He llamado a mi jefe y le he dicho que me iba a urgencias.
Creo que no he sido consciente, hasta entrar al Hospital Miguel Servet, de la imagen que ofrecía. Todo el mundo me miraba y me han dejado pasar la primera de la fila en Admisión. Una sudamericana que acompañaba a un abuelito, me ha puesto una mano en la mejilla y me ha dicho «No llore mami, que Dios la va a ayudar». Lloraba de tal modo que apenas podía facilitar los datos a la auxiliar y, para mala suerte, tenían los de casada (es lo que tiene no ponerse nunca enferma).
Cuando me han pasado a triaje, han activado el protocolo de intento de suicidio y han llamado a seguridad, aunque al llegar le han dicho que podía marcharse porque no estaba agresiva ni presentaba autolesiones. Me han metido un Orfidal debajo de la lengua y a esperar.
El psiquiatra había dicho que me dejasen con todos en la sala de espera hasta que él bajase (que ha sido al cabo de 3 horas), pero la médico que ha prescrito el Orfidal ha dicho que ella no me dejaba en ese estado delante de todo el mundo. Ha pedido una silla y me han llevado a una zona más apartada, donde podía ver el control de una se las secciones de urgencias.
Si hablamos de pérdida de control ante los atracones, hoy, por primera vez en mi vida, he sentido la pérdida de control toda y absoluta sobre mis emociones. He llorado durante horas con un llanto desgarrador que me estremecía a mí misma de oírme, parecía un animal herido, era una mezcla de aullido y llanto, dolor en estado puro. Jamás en mi vida recuerdo haber llorado de ese modo.
Las celadoras han estado pendientes de mí en todo momento. Muchas veces hasta me agobiaban, «Qué te pasa?» yo negaba con la cabeza «¿No te pasa nada?» Volvía a negar. Evidentemente me pasaba algo, pero no esperaría que le contase mi vida en dos frases cuando era no era capaz ni de tomar aire. «Ah, entonces lloras por alguna tontería?» Anda bonita, vete a hacer las camas, que me estás poniendo peor.
Otra insisitía en que aporrease el colchón de una camilla, asegurando que me iría bien sacar la rabia. ¿Qué rabia? Yo no siento rabia. Y por fin una se ha limitado a traerme vasos de agua y rollo de papel para los mocos y las lágrimas, que era lo único que yo necesitaba, eso y que el resto del mundo me dejase en paz con mi dolor. En varios momentos he pensado «Quizá este sea el único momento de mi vida en que me ofrecerían comida  y no la tomaría»
Más de dos horas ha tardado a hacerme efecto la pastilla. Lo he notado porque ha desaparecido el llanto y ha dado paso a un sueño y un frío que no eran normales. Ya me ha apetecido mirar el wasap y cuando ha venido un celador a preguntar si quería que me llevase con la silla a la sala de espera con todos, le he respondido «No gracias, prefiero estar aquí de seta» y me ha sorprendido gratamente sentirme yo de nuevo.
Al final han bajado los psiquiatras cuando yo estaba tan sedada por el orfidal que apenas podía caminar y, aún así, me he vuelto a derrumbar en el despacho donde me han atendido.
– Qué crees que vas a conseguir si desapareces? (evitan continuamente la palabra muerte o suicidio)
– Descansar. No puedo más.
– Pero si desapareces no descansas. Simplemente dejas de estar. Tú quieres dejar de estar o descansar?
– Yo quiero descansar.
Hemos hablado largo rato y me ha dicho que había dos opciones para que descansase y mejorase.
La primera era dejarme ingresada. Me decía que alejarme de mi entorno habitual y descansar de verdad me sentarían muy bien y además se aseguraban de que no haría ninguna tontería. Yo me he visualizado ingresada en una unidad de salud mental y se me ha venido el mundo encima. Lo he rechazado.
La segunda era dejarme ir a casa con medicación, pero con la firme promesa de no intentar ninguna tontería y si volvía a tener pensamientos como los de hoy, que acudiese rápidamente al hospital y que, para ser sinceros, en ese caso seguramente ya me dejarían ingresada.
Me ha redactado un informe para mi médico de cabecera pidiendo que me adelanten la visita del psiquiatra por el agravamiento de los síntomas y que trate de descansar y divertirme todo lo posible «Haz cosas que te hagan sentir bien, trata de ser feliz, tienes que hacer de esto una terapia, queda con tus amigos, sal de casa, aprovecha ahora que no están los niños y trata de no darle vueltas a la cabeza»
Me ha recetado dos medicaciones diferentes y me ha dado 4 orfidales en mano «Guárdalos muy bien y úsalos como un salvavidas, sólo si te vuelves a sentir como hoy»
He estado todo el día pensando si contar esto o no en mi página. Pero creo que debo hacerlo. Lo primero para que sepáis cómo estoy en cuanto a compulsión y peso se refiere y que no sé si podré controlarlo a corto plazo. Y, sobre todo, pare que veáis a que nos lleva esta tirana exigencia a la que nos someten/sometemos. No siempre podemos con todo, no siempre podemos más, no somos superwoman, somos humanas y tenemos un límite. La gente que nos dice «Tú puedes con eso y con más» te está diciendo que eres una floja y que no es para tanto. Y qué saben ellos si es para tanto?
Yo hoy me he pasado de vueltas, he estado a punto de quedar ingresada en la unidad de salud mental de un hospital y he salido de allí con 3 tipos de antidepresivos diferentes. Y podía haber sido peor…
No esperéis tanto. No merece la pena. Tenemos derecho a flaquear y derecho a rendirnos. Y que nadie os haga creer lo contrario.