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8 PASOS PARA COMER SIN ANSIEDAD

Días malos… y compulsión

Para nadie que me siga es una novedad que estoy pasando unos días complicados. E, inevitablemente, ha aparecido de nuevo la compulsión por la comida.

Han sido casi dos semanas de juntarse situaciones desbordantes y yo necesitaba dejarme ir. Y lo he hecho del único modo que sé: comiendo.

Hay momentos en que necesitas regodearte en tu tristeza y llorar, patalear como una niña enrabietada… ¿y por qué no? Soledad me decía el otro día «Yolanda, te diría que fueses fuerte… pero no me da la gana, porque no tienes por qué serlo». Roxana también me dijo: «Llora, revuélcate en la mierda, porque es lo que ahora necesitas hacer». Mi hada añadió: «Tienes un duelo que hacer».

Todas ellas tienen un buen trecho de camino adelantado en su lucha para dejar de ser comedoras compulsivas. Y sí, justamente, era lo que sentía. Ya os dije que no experimentaba ningún remordimiento al comer.

Pero llevo el mismo tiempo tratando de buscar una razón que me obligue a volver al control, a retomar la abstinencia. Estoy mejor emocionalmente, pero siempre hay elementos desestabilizadores que hacen que posterguemos la abstinencia (excusas, en cristiano).

La mayor razón que había encontrado hasta hoy era la de no seguir recuperando peso. Mañana me subo a la báscula y os cuento, pero mis clavículas han vuelto a desdibujarse. ¡Qué suerte esas personas que terminan el verano con 3 kilos de más! Un comedor compulsivo los gana en menos de una semana. ¿Cuántos habré ganado en dos?

¿Por qué como así, si no lo disfruto?

Pero hay algo a lo que hace tiempo que le doy vueltas. Y hoy ha cristalizado mientras escribía el pie de foto de mi desayuno con fruta y rosas que he subido a FB e IG. En estas dos semanas en que he comido sin control. Aún sin remordimientos, no he disfrutado de nada de lo que he comido, no he saboreado ningún alimento. He comido cualquier cosa en grandes cantidades, sin importarme si me gustaba o no. No he llevado a la boca nada que me haya hecho exclamar: «Mmmmhhh…». Ni siquiera he sido capaz de comprarme el gofre con chocolate y nata que tanto deseo desde que empecé la dieta. Disfruté muchísimo más tomando el capricho de mis puntos extra semanales cuando sí controlaba la ingesta.

Cuando preparaba mis frutas esta mañana con tanto mimo, me reprochaba a mí misma ser capaz de hacer estas cosas para otros (soy muy detallista). Pero soy incapaz de cuidar lo que es para mí. Comer cualquier cosa, de pie sin sentarme a la mesa, a veces sin servirlo siquiera en un plato, engullendo sin masticar… Realmente, ¿qué me aporta comer así?

Lentes Rosas me respondía hoy en FB: «Es muy muy importante, ya que se supone que obtenemos la mayor parte de placer/bienestar/confort de la comida pero luego realmente ni le sacamos partido al momento. Ya que, como dices, comemos de pie, no cuidamos la presentación, comemos rápido…».  ¡Bingo!

Si comemos de forma compulsiva tratando de aplacar el «hambre emocional», si engullimos hidratos porque nos aportan una satisfacción inmediata… ¿Por qué no nos sentimos satisfechos? ¿Dónde está el subidón, la borrachera? ¿Por qué no disfrutamos comiendo? ¿Qué hago buscando satisfacción y consuelo en un medio que, realmente, no me los da?

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Buscando un paralelismo con el sexo

Si estoy excitada sexualmente, querré un hombre que me dé placer. No tendría sentido acostarme con uno que sé que será incapaz de llevarme al orgasmo, ¿no? ¿Por qué sigo buscando placer en la comida, sabiendo que no lo obtengo? La comida es el peor amante que he tenido. Y, lo peor de todo, es que sigo acudiendo a él de forma recurrente.

He aprendido un hábito erróneo y llevo toda la vida aplicándolo. Es un sinsentido. Toca formatear y reprogramar, trabajar el aprendizaje por ensayo y error, buscar el placer en otras cosas. Necesito ese placer, la compensación emocional, pero la comida tampoco me la da.

Y, si verdaderamente quiero darme placer a través de la comida, habré de mimarme lo suficiente como para seleccionar algo exquisito y que realmente me encante. Buscar el momento ideal para degustarlo, cuidar la presentación. Comerlo despacio para saborear y disfrutar de cada bocado. Hacer un rito de ese momento de placer, buscar el paralelismo con el atrezzo de una noche de sexo: La lencería, la luz tenue, los preliminares…

Si la comida ha de ser placer, ¡hagamos que lo sea!