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8 PASOS PARA COMER SIN ANSIEDAD

Leyendo «Cuando la comida sustituye al amor»

Me lo advirtieron mis compañeras del grupo de OA, que era muy probable que me aumentase la compulsión a medida que comenzase a hacer mi trabajo. Y no se equivocaban.

Os dije, y pudisteis ver en el vídeo, que leer «Cuando la comida sustituye al amor» fue muy intenso para mí. Aquello no fue leer un libro, fue abrir la caja de Pandora.

Iban surgiendo fantasmas de entre las hojas, mis fantasmas, a medida que iba avanzando en su lectura. 221 páginas escupiéndome las verdades que jamás me había permitido reconocer.

Era como si alguien me estuviese gritando conclusiones a las que nunca hubiese querido llegar.

Y desde que terminé el libro, como de forma compulsiva otra vez. No llegan a ser grandes atracones, pero estoy emocionalmente cogida con alfileres, hipersensible, lloro por cualquier cosa… y como.

Irremediablemente, como.

 

Mi infancia: Origen de mi compulsión

Yo siempre he tenido claro que mi compulsión por la comida venía de mi infancia, aunque se había disparado en los últimos años. Y el desbordamiento emocional de los últimos doce meses la hizo insostenible.

Quiero aclarar, por un párrafo que escribí en mi entrada anterior, que la figura ausente en mi vida es la paterna y no la materna.

Hice referencia a un episodio de un dolor de oídos siendo niña, en que mi madre no acudió a mi llamada. Que eso no os haga pensar que ella me hizo nunca sentir desatendida. Simplemente fue un hecho que me marcó tanto que soy capaz de recordarlo y entristecerme 35 años después.

Las cosas vividas, no siempre son tal y como las recordamos. Seguro que mi madre guardaría otro recuerdo de aquello, y aún otros diferentes cada una de mis hermanas. Pero, a fin de cuentas y según los psicólogos, lo que cuenta es cómo lo viviste tú porque, por muy subjetiva que sea esa percepción, es la que a ti te ha marcado.

Mi padre, desaparecido

Yo me he pasado toda la vida tratando de entender (y ahora que soy madre, más aún) cómo un padre puede cambiar tres hijas por una rubia oxigenada y seguir con su vida como si jamás hubiésemos aparecido en ella.

Yo era la pequeña, la niña de papá, su favorita, la que sentaba en sus rodillas cuando volvía de viaje. A la que siempre le levantaba los castigos, su «currutaca» (significa rechoncha, los padres aún no habían puesto de moda lo de «princesa»).

Mi madre era la que lidiaba con nosotras y nuestra educación y estudios. Mientras él daba la cara amable cuando volvía de sus viajes. Poli bueno, poli malo. Sin saberlo, ejercían ya roles de padres divorciados.

Y, de repente, esa persona desaparece para siempre de tu vida, no sin antes protagonizar unas escenas de violencia doméstica y manipulación emocional que dejarían en pañales a los guionistas más truculentos. Película de dos rombos, puesta en escena magistral de un sadismo que jamás debería presenciar nadie, y menos unos niños.

Frases que todavía puedo repetir, palabra por palabra.

Mi madre, presente pero ocupada

A mi madre, lo único que puedo reprocharle es que sus días no tuviesen más horas. Cuando hay que elegir entre dar de comer a tus hijos o invertir tiempo en jugar con ellos y escuchar sus problemas… no hay elección.

El mundo entero la retó cuando decidió divorciarse, entonces las mujeres no se divorciaban. Le dijeron: «Tú sola no podrás sacar adelante a las niñas». ¡Y ya lo creo que pudo! Dejándose el alma, la salud y la vida. Pero lo hizo.

Jamás quiso rehacer su vida a nivel sentimental, porque lo entendía como «imponernos un padre» (aunque nosotras siempre hubiésemos querido que tuviese a alguien que la hiciese feliz. Y porque el trato que recibió del único hombre que pasó por su vida le hizo sentir verdadera aversión por el sexo masculino.

Quizá ahora entendáis cuando en un video os decía «Mi madre nos educó para no depender nunca de nadie. Y menos de un hombre». Quería criarnos libres, independientes, sin tener que vivir jamás sometidas por un hombre.

La vida me pone en su lugar

Yo siempre he reconocido el mérito que tuvo mi madre. Pero ahora, la vida me ha puesto en su mismo lugar desde hace más de tres años. O peor aún, porque ella no tuvo pensión alimenticia para sus hijas, ni régimen de visitas, ni nada. Y me doy cuenta de lo mucho que debió de sufrir.

Yo, que con una vida diez veces más cómoda y mucha más suerte, me siento flaquear y al límite de mi resistencia tantas veces… No sé cómo ella pudo aguantar. Supongo que por inercia, como hago yo. Porque ni te paras a pensar que pueda ser de otro modo… el hamster dentro de su rueda…

Y ¿qué hago ahora con todo esto? Es como si mi hogar se hubiese incendiado. Y ahora me encuentro volviendo a mi casa, mirando la pintura ennegrecida, las tapicerías chamuscadas, mi vida entera reducida a cenizas.

Y sabes que hay que limpiar todo eso, sacar fuera los restos quemados, volver a pintar las paredes… Empezar de nuevo. Siempre levantarse y volver a empezar. Pero, ¿por dónde empiezo? Hay tanto por hacer…

Tengo las herramientas y gente a mi lado que me ayude. Tengo que poder hacerlo. Tengo la fuerza y quiero hacerlo. Voy a salir.